Irene Muñoz

Columna de Irene Muñoz

Directora de la Escuela de Terapia Ocupacional U. Central

Una vez más, lamentablemente, hace noticia el suicidio de una adolescente, lo que nos lleva a reflexionar en torno a un hecho ya consumado. En Chile, de acuerdo al Departamento de Estadística e Información en Salud (DEIS), la mortalidad por lesiones autoinfligidas intencionalmente en el grupo adolescente llegó, en el año 2015, a una tasa de 8,1 en el grupo de 15 a 19 años, siendo mayor en hombres.

Conocer el caso de un suicidio infantil o adolescente, ciertamente, nos remueve como sociedad. Y nos lleva a preguntar qué está pasando.

En búsqueda de respuestas, muchas veces nos detenemos en encontrar a los culpables. Y aunque claro que los hay, lo cierto es que son muchos los factores de riesgo que confluyen en el comportamiento suicida. Y estos van desde las condiciones de salud mental, como los trastornos del estado de ánimo, de personalidad o de ansiedad, entre otros, hasta causas familiares y contextuales que inciden en estas conductas autoinflingidas.

¿Qué hacemos, entonces, para prevenir la conducta suicida de un adolescente? La clave está en estar alerta a las señales, por muy discretas que éstas sean, que anuncian que él o la adolescente no lo está pasando muy bien. Y aquí somos todos protagonistas. Familiares, amigos y profesores debemos preocuparnos cuando vemos cambios en su actuar, como la disminución del rendimiento académico, de la participación social, el dejar de hacer actividades que eran de su interés o el desprenderse repentinamente de pertenencias valoradas.

También es importante poner atención a las conductas no verbales, como por ejemplo, cambios de humor, mostrándose deprimido o irritable, quejas físicas vagas, tener una cara triste o evitar el contacto ocular con otros. Asimismo, contextualizar si escriben canciones, poemas o cartas sobre la muerte, la separación y la pérdida, en las cuales se puede leer la necesidad quizás de no continuar con su vida. Jamás minimizar frases repetitivas que reflejen que algo no está bien, tales como “soy estúpido”, o “soy una perdedora.”

La adolescencia, en sí misma, se experimenta como un proceso de gran tensión, dado que es la etapa del ciclo vital donde se configura la identidad. Es una época de confusión, donde se pueden enfrentar a situaciones de desesperanza relacionadas con sus vidas, escuelas y comunidades, y que, demasiado a menudo, los llevan a considerar el suicidio como única solución para salir de la angustia.

Es en este contexto que debemos ser una familia alentadora, no asumir que “ya crecieron”. Los y las adolescentes están aún en etapa de desarrollo, por lo que es necesario estar en conocimiento de su rendimiento escolar y cómo son sus relaciones de amistad.

Cuando estas alertas se hacen evidentes, no hay que dudar en consultar a un especialista. En definitiva, esta es la mejor forma de prevenir.