Columna de Mariel Ostornol

Psicóloga Infantil. Terapeuta de Juego.

Especialista en Terapia vincular (Theraplay) Crianza, adopción y Familia

No puedo dejar de expresar mi felicidad por la reciente aprobación en la Cámara de Diputados, de la posibilidad de que cualquier familia -independiente de su constitución- pueda acceder a pedir el cuidado de un niño o niña, en su calidad de hijo/a, y a través de la figura legal de la adopción. ¿Por qué es tan importante? Porque marca la posibilidad de comenzar a centrar la discusión desde la mirada de las necesidades de los niños y niñas más vulnerables de nuestro país, y no desde una mirada adulto-céntrica.

Desde hace 14 años que trabajo con familias adoptivas, y con niños y niñas que están en la fase previa a la adopción, es decir, con una medida de protección que determina su institucionalización. Históricamente esto ha operado desde los hogares de menores, y en la actualidad se ha puesto énfasis en los beneficios que puede reportar una familia de acogida para asegurar los cuidados, no tan sólo básicos que requiere un niño/a, sino también aquellos que se relacionan con sus necesidades afectivas.

Los que hemos trabajado con infancia vulnerada sabemos de las múltiples carencias que los niños/as arrastran, tanto a nivel emocional como a nivel vincular, además de traer inscritas en su cuerpo las vivencias del trauma relacional. También sabemos que lo que requiere un niño/a cuando se inserta en su familia adoptiva es principalmente otro adulto, que más allá de su orientación sexual, esté dispuesto no sólo a entregar cuidados, amor, atención y protección, sino que también sea capaz de comprender su historia, sus miedos, sus dolores y sus traumas, y cómo estos se expresan en el día a día en sus conductas diarias. Los niños saben de la diferencia, desde muy temprana edad, ya que la han vivido en primera persona. Entonces, contar con padres y madres que también la han vivido, ya sea por la misma vivencia de la infertilidad y/o por su orientación sexual (entre tantas otras experiencias que pueden marcar a un ser humano) puede resultar ser un punto de conexión para la construcción de un vínculo afectivo.

Creo firmemente que no hay que temerle a la diferencia, y que, por el contrario, darle cabida podría permitir ampliar la gama de alternativas para nuestros niños y niñas, y así garantizar su derecho a vivir en familia, valorando (evaluando) las competencias y capacidades de quienes la componen por sobre su constitución familiar.