Carmen G. López, periodista y guionista

Todas las mujeres que conozco han sido alguna vez víctimas de violencia de género. O sea, de violencia ejercida sobre ellas por el solo hecho de ser mujer.

Un comentario sexual no deseado suspirado al oído cuando andas por primera vez en una micro es tal vez la primera cachetada que todas compartimos. Escuchar a tus compañeros de curso o de trabajo hablando de otras mujeres como objetos de consumo con rankings de calidad basados solo en su físico: se la comió, a esa se la zamparía, ella está para darle duro, con dos piscolas la paso, puede ser la segunda bofetada que tenemos en común.

En un momento de descanso, prendes la televisión y en plena tanda comercial te recuerdan que los utensilios limpiadores son la pareja ideal de las mujeres de hoy , mientras en la radio de la cocina suena una canción que dice vamos a abusar, a agarrarte por el pelo…ronca de santa es senda putilla.

Apagas todo y agarras una revista que te prestaron. En la primera página, cuatro hombres sostienen a una mujer en el piso por la muñeca, no es la denuncia de una violación en pandilla sino que el aviso publicitario de Dolce y Gabanna. En la página siguiente, un hombre asegura las amarras de una mujer anoréxica que él sostiene de bruces sobre un sofá, es para que compres en Sisley. Más allá, se asoman las piernas de una mujer por la maleta de un auto, también es un aviso y está dirigido a ti.

Todos estos son pequeños golpes, coscorrones sobre la cabeza de nuestras hijas, de nuestras madres y en la propia. El sometimiento como algo atractivo, la entrega en el hogar como nuestro rol principal, la belleza física como nuestro principal valor. Los encasillamientos también son pequeños empujones en las espaldas de los hombres, cargando sus mochilas con más estereotipos y deberes, como el de dominarnos: ¿tú no te la comes? ¿ésa se manda sola? ¿no ves que les gusta? ¿la dejas callejear todo el día? Presiones sobre ellos desde muy pequeños. Y muchos de los hombres sensatos y buenos, son atacados además por esta jerga social adolescente como mamones o macabeos.

Un comentario sexual no deseado suspirado al oído cuando andas por primera vez en una micro es tal vez la primera cachetada que todas compartimos. Escuchar a tus compañeros de curso o de trabajo hablando de otras mujeres como objetos de consumo con rankings de calidad basados solo en su físico: se la comió, a esa se la zamparía, ella está para darle duro, con dos piscolas la paso, puede ser la segunda bofetada que tenemos en común.

Hace solo treinta años, un aviso anunciaba talleres para aprender a Dominar a Tu Mujer Sin Látigo. Todo tiene que ver con posesión y dominio, con ir poco a poco y sutilmente naturalizando la violencia hacia la mujer hasta que parezca el orden natural de las cosas. Y como parece natural, vamos aguantando bofetadas disfrazadas de comerciales glamorosos, comentarios grotescos en la calle como la ley de la vida, la mantención económica del hogar condicionada al buen comportamiento como dueña de casa, la obligación de volver a cambiarse ropa si el atuendo fue rechazado, hasta recibir una bofetada física cuando al marido se le acaban las palabras para seguir discutiendo o que te saquen los ojos para que nunca mires hacia el lado.

Hace cuatro años, Virutex sacó un aviso que decía Mi marido trapea el piso conmigo y me encanta. En 2012, algún grupo de creativos, donde seguramente había hombres y mujeres, consideró que era un juego de palabras gracioso. El comercial fue retirado pero algunos creen que el chiste de mal gusto esconde algo de verdad. ¿Por qué no dejan al que las maltrata? Dicen varios, antes de preguntar ¿por qué la trata así? ¿qué se le pasó por la cabeza? No lo deja porque tiene miedo, porque con todos estos mensajes nos han ido enseñando subliminalmente que ser femenina es aceptar, perdonar, someterse, saber limpiar, cocinar, estar para los otros en las buenas y en las malas, amarrada de bruces si es necesario para verse sexy y atractiva, sobre todo si no eres el bombón que sale en los comerciales. Porque la violencia del que se supone que te ama tiene una reacción distinta a la del extraño. Es difícil de creer, la mente se sumerge en una niebla espesa y anestésica antes de darse cuenta de lo que está pasando. Las mujeres maltratadas necesitan ayuda para salir y en el entorno no la tienen, al contrario, están bombardeadas por mensajes que refuerzan su baja autoestima, su culpa por algún deber no cumplido o algún derecho de ese hombre sobre ellas.

Los mismos medios que esta semana denunciaron la violencia y se sumaron a la campaña #Niunamenos – algunos dirigidos por mujeres – aceptan publicidades en sus páginas y en sus tandas comerciales que transforman a la mujer en objeto limpiador o sexual. Porque así funcionan las cosas y es difícil ir contracorriente para pagar las cuentas a fin de mes, lo sé. Pero es hora de parar, al menos es hora de llamar la atención, de expresar molestia, sobre todo aquellas mujeres que hemos estado en posiciones de poder, porque los objetos se arreglan, se corrigen, se dominan y cuando ya no funcionan como quieres, se patean, se golpean, se rompen, se desechan y se tiran a la basura.

No es de tonta grave considerar inaceptable que la mujer sea representada como un objeto, es solo instinto de supervivencia. Ser mujer no puede ser un factor de riesgo para volver sana y salva a tu casa, menos para dormir segura en tu propia cama.

El primer paso es visibilizar estas cosas como violencia de género, subrayar una y otra vez que no es natural no poder andar tranquila por la calle, que no es de tonta grave pedirle a tus amigos y amigas que no se traten como objetos, que no tiene que funcionar así la industria de la publicidad ni la de los medios.

El Observatorio contra el Acoso Callejero es un gran ejemplo de cómo se puede con persistencia desnaturalizar algo que, para nuestras madres y abuelas, parecía un hecho de la causa. Y luego de visibilizar y tomar conciencia, viene para todos la tarea de legislar para que el acoso callejero esté penalizado, la publicidad sexista sea ilegal, y la violencia intrafamiliar tenga un castigo mayor que cualquier otra.

Hasta que dejen de golpearnos.