Por Sol Martínez Encina
KintsuEmociones
Cuando estaba embarazada tenía un sinfín de expectativas sobre mi maternidad y la crianza de mi hijo. Solía pensar y planear cosas como:
“cuando se acabe el post natal voy a volver a trabajar jornada completa”, “obvio que voy a ir al matrimonio de mi amiga, mi hijo ya va a tener 1 mes”, “yo voy a poder sola, no voy a necesitar ayuda”…
Y así una larga lista de ideas de lo que esperaba. No bastó más de un par de semanas siendo mamá para darme cuenta de que mis expectativas eran altas e inalcanzables, y eso me llevó a pura frustración. Más de una vez me encontré a las seis de la tarde sin haberme bañado, agotada, con la casa patas para arriba y sintiéndome cualquier cosa menos humana. No sabría contar cuántas veces lloré por no querer finalizar mi post natal o por sentir esa inmensa frustración por no poder salir tal como lo hacía antes … No sabía que ya no era la de antes. No sabía que todo lo que pasaba conmigo, en mi corazón, en mi mente y en mi cuerpo, eran mis emociones revueltas.
¿Sabes cómo me di cuenta que eran mis emociones? Al principio no me di cuenta y tampoco me culpo. Es que las hormonas comienzan a jugar al Tagada con nuestro cuerpo y cabeza desde el embarazo y no nos dejan en paz hasta harto tiempo post parto. Por lo que no es raro que no tuviese cabeza para grandes reflexiones (¿alguien dijo baby brain?).
Ahora que ya han pasado varios años, sumado a harta auto observación, terapia, conversaciones con otras mamás y mucho estudio, sé que las hormonas no son las únicas responsables de lo que sentimos, es el camino de la maternidad que es altamente desafiante. Durante todo este camino aparecen emociones que quizás teníamos dormidas, también sentimos emociones nuevas (sí, algunas de ellas son tan desconocidas que no sabemos cómo llamarlas, incluso las confundimos con otras) y, por supuesto, experimentamos emociones que ya conocíamos. Todo esto en alta intensidad, porque aparecen esas memorias de infancia que nos dice como fuimos criadas y como queremos hacerlo en adelante, aparecen muchas emociones cuando estamos haciéndonos cargo de otra persona y, a la vez, tratamos de hacernos cargo de nosotras mismas.
¿Qué emociones fueron las más frecuentes en los primeros meses de mi maternidad?
Yo les diría que hoy identifico 5 emociones que estuvieron muy presentes en el principio.
Creo que es evidente la primera que les comentaré: la decepción. Brené Brown nos dice que la decepción son las expectativas no cumplidas. Cuanto más importantes son las expectativas, más importante es la decepción.
Curiosamente, durante este tiempo también sentí mucha soledad. Fue raro darme cuenta de esta emoción, porque muchas veces uno asocia la soledad con estar solo y ser mamá es la definición de estar siempre con alguien. Pues, fue así como aprendí que la soledad se relaciona con la ausencia interacciones sociales significativas y es que es posible sentirse sola, solo o sole en la mitad de un estadio lleno de personas. De esta emoción, tenemos que hablar más adelante, ¡porque es un temazo!
Una emoción que superó todas mis expectativas fue el amor. No solo la intensidad y la inmediatez de la emoción, sino que la capacidad de expandirse, crecer y fortalecerse día a día, con esa pequeña persona por quien darías todo y más para hacer que esté bien san/a y feliz.
Sentir un profundo estado de Alegría, en el día a día, en esas risas, en esas cosquillas y en
esas miradas que nos dan nuestros bebés cuando están en el proceso de ir creciendo y
formando.
Como dice Brown el estado de felicidad se puede definir como un sentimiento de placer relacionado con el ambiente inmediato o con las circunstancias habituales. Es curioso la cantidad de cosas, situaciones, momentos, sonidos, olores, etc., etc., que podían gatillarme ese estado de felicidad. Mirar a mi guagua, verlo dormir, escucharlo reír, sus primeras veces, mis primeras veces,
su olor, cuando me di cuenta de que habíamos logrado una rutina, cada vez que la pediatra lo encuentra sano… ufff!, es que la lista es enorme y crece todos los días, lo que me trae a la siguiente emoción: gratitud.
Yo pensaba que la gratitud era solo agradecer, pero he aprendido que además de ser una actitud, la gratitud es una emoción que refleja nuestra más profunda apreciación por lo que valoramos, lo que nos trae sentido a nuestra vida y lo que nos hace sentir conectados con nosotros mismos y los demás, como dice Brené. Y la práctica de la gratitud, no solo me hace sentir gratitud, también me hace sentir alegría y aleja a la soledad.
Por supuesto que estas no son las únicas emociones que sentí… Al mismo tiempo vivía con calma, miedo, ansiedad, preocupación, miedo, culpa, frustración y un largo etcétera.
Lo interesante es que cuando comencé a observar las emociones recurrentes de mi maternidad me encontré con dos joyas:
1. Pude descubrir cómo estaba viviendo mi maternidad, porque me di cuenta de qué historia estaba contando a otros y a mí misma.
2. Por fin pude darme el espacio de sentir mis emociones, de aceptar que hay días muy buenos y otros malísimos y que hoy NO es para siempre. Esa frase me funciona como un mantra en días difíciles o cuando estoy sintiendo algo desagradable. Les diría que es mi estrategia número uno para poder moverme en el vaivén que tienen las emociones en nuestra vida.
Así como las expectativas fueron, son y serán parte de nuestras vidas, las emociones también. Por eso hoy día quiero invitarte a hacerte dos preguntas:
1. ¿Qué emociones estoy sintiendo?
2. ¿Por qué me estoy sintiendo así?
Y por si hoy día no lo has escuchado: Tú puedes. Eres la mejor mamá para ese niño, niña o
niñe que está junto a ti.
Bienvenida a ti a sentir tus emociones.