Columna de Jorge Fuentes, psicólogo y Director de Pranavida

Juguetes, dulces y comida chatarra como una excepción son una de las tantas formas de celebrar a los más pequeños de casa. Es que un nuevo año de pandemia volvió a limitar las clásicas salidas a centros comerciales, lugares de entretención y parques. Y es que si bien las cifras de positividad del Covid nos permiten ser mucho más alentadores, la falta de vacuna para los niños todavía es para muchos padres un freno a esta nueva normalidad de mascarillas.

Si bien las diferentes muestras de cariño del 8 de agosto dejaron a muchos niños felices, lo cierto es que diversos estudios nos develan que la alegría pudo ser pasajera y que realmente es la pena la que los embarga. Según un estudio realizado por la Universidad de Chile durante la llegada del Covid-19 el 29,5% de los niños dice sentirse desanimado en hacer cosas que incluso son de su interés, el 26,4% señala tener problemas para dormir mientras el 24,6% de los menores dice “estar triste”. Si bien un porcentaje para muchos puede ser bajo, lo cierto que es hablamos de una etapa donde la sociabilización, las ganas de compartir y hacer cosas propias de su edad son muy relevantes para el adulto del mañana.

La idea de la muerte como una posibilidad cercana, ver a los padres estresados  con el teletrabajo o angustiados por falta de este, no poder asistir al colegio y tratar de aprender- los que tienen los recursos materiales para poder hacerlo-en una modalidad que vino a cambiarles sus rutinas está teniendo clara manifestaciones en sus vidas.

Antes de la pandemia era la falta de tiempo, hoy son las condiciones en las que estamos producto de este remezón que se nos presentó inesperadamente, pero lo cierto es que los adultos hemos dejado tan de lado a nuestro niño interno que nos cuesta entender que cuando éramos pequeños no sólo necesitamos la atención de un día o cosas materiales, sino que era sentirnos escuchados.  Necesitamos replantearnos la manera de entregarles cariño y cuánto tiempos les damos para escuchar sus aventuras y sentimientos, pues es en esa conversación donde podemos percatarnos de las emociones que los invaden, guiarlos respecto a qué hacer con ellas y, si es necesario, buscar una forma- sea mediante la medicina tradicional o complementaria –para trabajarlas. 

La niñez debiese ser una de las etapas más lindas y nuestro deber como adultos es protegerla para que no sea vulnerada como en casos tan terribles como el de Ámbar donde se quebrantó todos sus derechos, y también resguardar lo que más podamos su salud mental, pues no sólo hablamos de personas que aun no tienen todas las herramientas ni desarrollos para desenvolverse, sino que son quienes tienen  la misión de forjar un mejor futuro para nuestro país, estamos hablando de los adultos del mañana.