Hoy en nuestro país, el 39,4% de los hogares tiene jefa de hogar, lo que equivale a alrededor de 2,15 millones de hogares. Es un aumento significativo, considerando que en el año 1990 solo un 20,2% de los hogares era liderado por una mujer, es decir en casi 30 años, se ha duplicado. Es un hecho indiscutible, también, la importancia de la fuerza laboral femenina para poder aumentar el crecimiento del país. Ya nadie duda que las capacidades femeninas son al menos similares a la de los hombres y la brecha salarial, si bien se ha ido acortando, persiste, y los cupos directivos ocupados por mujeres, aun cuando vayan en aumento, son ínfimos al compararlos con los hombres.
Esas voces conservadoras que buscan justificar una mayor prevalencia de “descarrilamiento” de nuestra juventud producto de una madre trabajadora, ya no están permitidas, pues la evidencia nos muestra que la mujer ha sido capaz de enfrentar múltiples retos sin descuidar ninguno de ellos y cada vez más existe un claro reconocimiento a nuestra labor multifuncional que hoy la sociedad nos asigna, valorando a aquellas que hemos logrado compaginar en nuestras vidas, las responsabilidades familiares y laborales.
A otras muchas, con múltiples capacidades intelectuales y personales, ese privilegio todavía les resulta ajeno y distante, ya sea por no haber tenido la posibilidad de capacitarse en sus áreas de interés o por necesidades de cuidado de familiares que siguen pareciendo un derecho reservado exclusivamente a las mujeres.
Es por ello que urge acelerar el cambio cultural que posibilite hacerse cargo, de una forma más equitativa, de tareas que -hasta hace poco- estaban vedadas a un sexo u otro. Y es necesario, además, quitar estas banderas de género a posiciones extremas que solo contribuyen a ideologizar la discusión en lugar de aportar a soluciones verdaderamente humanas.
Todo lo anteriormente expuesto, sumado a un mercado laboral extremadamente rígido en un país donde aún cuesta emprender y reinventarse, ha aumentado la importancia del emprendimiento femenino como motor de la incorporación de la mujer al mundo laboral.
Desde la mirada de quienes trabajamos en la formación de la educación superior, debemos apuntar hacia mallas curriculares creativas, actualizadas a las necesidades de los estudiantes y del mercado en que podrán intervenir. Esto, alimentado por una auténtica vocación de cada estudiante, será un grano de arena a la construcción de una sociedad más justa y con oportunidades reales.
Columna de Trinidad Riesco E.
Rectora Instituto Profesional Culinary