María EsterColumna de María Ester Buzzoni

Secretaria de estudios de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico

La inmadurez es un concepto relacionado con la dimensión del desarrollo humano a lo largo del ciclo de la vida. En este sentido, sería un aspecto relativo a las tareas de cada etapa vital y no una característica definida en sí misma. Se podría pensar, entonces, que una persona “inmadura” sería aquella que no se encuentra suficientemente preparada para afrontar las tareas de la etapa vital en la que se ubica de acuerdo con su edad. Una noción muy compartida del concepto de inmadurez se refiere a aquella que abarca la inhabilidad o falta de preparación para sumir las responsabilidades que se esperan de un sujeto de una edad determinada.

Una primera reflexión relevante respecto de la madurez o la capacidad de los individuos de alcanzar un desarrollo adecuado a las exigencias del medio para su edad, tiene que ver con la creciente diversificación de los estilos de vida en nuestras sociedades. En este sentido, si hace 50 años los sujetos se conducían socialmente de una manera mucho más homogénea, de acuerdo con unas etapas vitales en las que estaba más claramente delimitado el tiempo y el tipo de resolución de las tareas vitales, hoy esto no es tan universal ni unívoco. Por ejemplo, se podría proponer que existen en la actualidad, múltiples momentos, ritmos y modos en cada cultura y en cada sujeto, de resolver las tareas de autonomía, la independencia, la identidad, la industriosidad, la intimidad, la generatividad, la trascendencia, etc., por nombrar algunas de las tareas propuestas por Erikson a cada etapa del desarrollo psicosocial.

En medio de este contexto, podemos reflexionar acerca de las dificultades que pueden experimentar algunos niños para alcanzar un desarrollo adecuado de sus capacidades para enfrentar las exigencias, las cuales deberían ser evaluadas de acuerdo con el impacto subjetivo que tienen y no tanto en función de una regla universal.

Existen contextos familiares que propenden al desarrollo de los niños, aunque esto no siempre es homogéneo, es decir, los valores y estilos de vida familiar pueden promover el desarrollo de determinados tipos de destrezas o capacidades en los niños por sobre otros. Por ejemplo, familias que fomentan la autonomía y la responsabilidad, otras que centran su atención en el desarrollo de la creatividad.

Es importante establecer que no existen mejores o peores estilos de crianza, sino estilos centrados en diversos aspectos del desarrollo de los niños. Sin embargo, aun habiendo hecho esta aclaración, se sabe que los contextos familiares que promueven en los niños sentimientos de confianza en sus propias capacidades tenderán a favorecer el desarrollo de habilidades de diverso orden, útiles y necesarias para enfrentar los crecientes desafíos de la vida.

Las dificultades familiares para infundir confianza a los niños pueden originarse en cuestiones de orden cultural o biográfico, es decir, pueden ser modos de relación establecidos transgeneracionalmente, o pueden basarse en experiencias dolorosas o traumáticas que impidan a los propios padres confiar en los recursos de sus hijos para enfrentar las experiencias de la vida. De este modo, nos podemos encontrar con padres que por diversas razones prefieran resolver las posibles dificultades antes que el niño siquiera las enfrente y a otros padres a los que se les haga difícil tolerar el error y que prefieran evitar que los niños se equivoquen, estableciendo relaciones muy controladoras.

Por otro lado, existe otro tipo de experiencias familiares completamente opuestas, que pueden dificultar el desarrollo de los niños debido a la exposición de los pequeños a dificultades que los exceden en sus recursos: contextos donde existe el maltrato, el abuso o la exposición a experiencias traumáticas de diversa naturaleza. En tales experiencias, es posible que se instale en el niño la vivencia de no ser suficientemente capaz, por un aprendizaje traumático de los límites de sus recursos. En lugar de enjuiciar la situación como inapropiada, se verá a sí mismo como inapropiado o insuficiente.

En consecuencia, el acompañamiento del desarrollo del niño requiere siempre de un ajuste, de un vínculo con los cuidadores que les permita, en su rol de adultos responsables, calibrar las tareas y desafíos en función de los recursos del niño. A lo largo de la vida, nos encontramos con diversas experiencias que siempre pueden ser un nuevo recurso o un nuevo impedimento para el desarrollo. Los seres humanos podemos siempre volver a tener experiencias de ser capaces, de superar las dificultades, en un proceso continuo y discontinuo de aprendizajes.