El fuego es uno de los elementos que contiene la mayor cantidad de colores que es posible observar en un elemento de la naturaleza. Nos recuerda variedad de emociones como la ira, tristeza, alegría; pero también refleja experiencias trascendentales como el amor y la transformación.
No soy mapuche, no puedo decir que pertenezco a alguno de los pueblos originarios en territorio chileno; no obstante, reconozco su legado, su presencia hoy es la herencia de nuestros ancestros; su futuro, la oportunidad de que nuestra sociedad se enriquezca de la diversidad y el respeto. Puse atención a las últimas manifestaciones del conflicto en la Araucanía y el fuego está presente. El fuego es uno de los cuatro elementos –meli duam– representantes de las cuatro fuerzas –meli newen– que organizan el mundo mapuche. El fuego –Kütral– es la fuerza relacionada con el poder, con la vida en sí, organiza la vida comunitaria, en torno al fuego ocurre lo colectivo. El fuego está representado por weche, que se refiere al “hombre joven”.
Resolver el conflicto que apreciamos en la Araucanía requiere entender el significado de las acciones, que es aquello que la cultura del pueblo originario está representando; no necesariamente desde la cultura chilena. Los hemos llamado atentados, terrorismo, delincuencia, porque así se denominan estas acciones desde la legislación chilena, interpretamos que el pueblo mapuche pretende burlar el Estado de Derecho; pero los planteamientos del pueblo Mapuche son más de fondo, es necesario que los reconozcamos como iguales en el cuerpo normativo.
Lamentablemente, hemos olvidado que gran parte de este conflicto se trata de la insistencia del Estado por la integración de los pueblos originarios a Chile; abandonando el principio fundamental de respeto de los derechos que es el reconocimiento igualitario entre pueblos y culturas. En Canadá, los pueblos originarios poseen una denominación legal moderna: Naciones originarias de Canadá, o bien, Primeras Naciones de Canadá, que se volvió común en 1980. En el caso de Australia, los pueblos originarios cuentan con “áreas indígenas protegidas” que les permite contar con beneficios sociales y trabajar por el bienestar general de las comunidades, protegiendo la biodiversidad y el patrimonio cultural como herencia para las generaciones futuras, ya que se combinan conocimientos tradicionales y contemporáneos.
Los países que han decidido una nueva forma de relación con sus pueblos originarios han requerido largos tiempos de negociación; pero, antes que nada, el reconocimiento del Estado acerca del error de responder con agresión a la violencia gatillada por el pueblo originario. El Estado debe facilitar una actitud de bondad y humildad para conocer la mejor forma de resolver pacíficamente el conflicto. Antes de asistir políticamente con intenciones de diálogo, es fundamental acordar con los jefes de las comunidades, el honesto nombramiento de un mediador que cuente con el reconocimiento válido de ambas partes y contribuya pacíficamente a los acuerdos. No obstante, la labor sobre el conflicto de un mediador en esta materia solo será posible, si el Estado reconoce la necesidad de un nuevo camino, basado en la sensibilidad y auténtico interés en el bienestar y futuro de los pueblos originarios. Quizás entonces podamos apreciar la belleza del fuego mapuche.