Por Carolina Santelices

Psicóloga, experta en temas infanto juveniles y crianza.

Es una sensación común: después de las fiestas de septiembre, parece que el año se nos viene encima. Los meses que quedan vuelan, y en algunas semanas ya nos empezaremos a sorprender con las decoraciones de Navidad en los supermercados, un recordatorio de que el fin de año está cada vez más cerca.

En estos días, estamos experimentando una serie de cambios que nos exigen ajustes y adaptaciones, tanto a nosotros como a nuestros hijos: el reciente cambio de horario, la llegada de la primavera y la noción de que entramos en el último tramo del año. Cada uno de estos cambios no se vive de la misma manera para todos. A algunos, esta época los entusiasma y les da un empujón de energía, mientras que a otros les produce cansancio o desánimo, como también pueden coexistir diferentes emociones y sensaciones. Esto también aplica a nuestros hijos. En lugar de insistir en que todos lo vivan con el mismo entusiasmo, es crucial que observemos y validemos la vivencia de cada uno. Nuestro rol es ayudarlos a transitar este periodo con el mayor bienestar posible.

Estamos en la recta final de un año escolar y laboral, y es natural que pueda haber un cansancio acumulado. Es importante que sepamos identificar este factor, tanto en nosotros mismos como en nuestros hijos. El agotamiento físico y emocional, así como el estrés, son grandes obstáculos para la autorregulación y la gestión emocional, afectando tanto a nivel individual como en las relaciones familiares.

Los niños, niñas y adolescentes no siempre saben reconocer ni expresar lo que les sucede, siendo el cuerpo el principal mensajero de las emociones, comunicando experiencias y vivencias que las palabras no pueden expresar. Por eso, nuestra tarea es explorar con una actitud de curiosidad qué podría estar detrás de ciertos comportamientos. En estos tiempos, la irritabilidad, cambios de humor, la desconcentración o mayores dificultades de autorregulación, podrían ser señales de que el cansancio podría estar afectando. Recordemos que las explicaciones pueden ser diversas, siendo esta una de varias alternativas posibles, y la respuesta estará en la observación, conexión y conocimiento de cada hijo.

Si detectas que el agotamiento es un factor para ti o para tu hijo, es vital estar atentos para guiar y acompañar, evitando añadir más presión. Es clave que se sientan comprendidos y vistos en su estado físico y emocional. Podemos ayudarlos a disminuir la presión y a ir recuperándose día a día del posible estrés. ¿Cómo? Por ejemplo; asegurando las horas de sueño necesarias, recargando energías con actividades lúdicas y de distensión, creando espacios de calma y disfrute intencionales dentro de la rutina diaria.

La clave para este tiempo es encontrar el equilibrio en el día a día. No se trata solo de enfocarse en las tareas y en ser productivos, sino de encontrar un balance entre las responsabilidades y el descanso. Si bien es necesario el cumplimiento de demandas y responsabilidad en la rutina diaria, también lo es el autocuidado y cuidado de los hijos, y que la balanza se incline hacia un sentido de propósito y disfrute en lo que se hace.

Vivimos en un contexto competitivo y muy exigente, centrado en los resultados y en los logros. Nos han enseñado a priorizar el hacer y el hacerlo bien, por encima del estar y del bienestar. Creemos, erróneamente, que nuestro tiempo es ilimitado y que podemos con todo sin costo alguno. No transmitamos esta idea a nuestros hijos, e intentemos vivir el día a día con el mayor equilibrio posible. Prioricemos la salud mental y los vínculos familiares, porque son la base de la felicidad y lo que les dará las herramientas para enfrentar cualquier demanda o exigencia de la mejor manera posible. Al final del día, lo más valioso no es el resultado académico o los logros obtenidos a lo largo del año, sino que el crecimiento obtenido por cada uno en su propia particularidad, la conexión que construimos con ellos y el bienestar que les ayudamos a cultivar.