Según la Asociación Chilena para el Estudio del Dolor (ACHED), en Chile hay 5 millones de personas afectadas por dolor crónico no oncológico, de las cuales más del 70% ve afectada su vida cotidiana a raíz de estas dolencias. Un problema que preocupa más allá del área médica, por sus implicancias psicológicas, sociales y también laborales.

Todos los años, el 17 de octubre la Organización Mundial de la Salud celebra el Día Mundial Contra el Dolor, cuyo objetivo es destacar la necesidad urgente de encontrar un alivio el sufrimiento físico que viven muchas personas debido a distintas enfermedades. En ese contexto, el padecimiento es abordado mediante un tratamiento multidisciplinario, donde el campo de la psicología tiene mucho que aportar desde su mirada profesional y con el uso de terapias complementarias.

Para Alejandra Rodríguez, docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico y jefa de la Unidad del Dolor Crónico de la Clínica Kennedy, el dolor crónico no oncológico se define como una “experiencia individual, sensorial y emocional desagradable, con múltiples costos personales y familiares. Desde lo psicológico, en el dolor crónico influyen factores cognitivos, emocionales, motivacionales y conductuales, que muchas veces aumentan o disminuyen la percepción de éste”.

La experta, quien será parte del Seminario de Dolor Crónico que se realizará este 18 de octubre en la casa central de la Universidad del Pacífico, comenta que una de las zonas corporales donde más se manifiesta es la lumbar, la zona baja de la columna. “En esta zona existen dos tipos de lumbago crónico que producen dolor y discapacidad: el Lumbago Crónico Específico (LCE), donde hay una causa anatomopatológica, y el Lumbago Crónico Inespecífico (LCI), donde no la hay y en el cual el componente psicológico es más relevante y éste es psicosomático”, precisa.

Entre las principales repercusiones del dolor crónico, la profesional dice que están el insomnio, la depresión, el miedo, la ansiedad, la irritabilidad, relaciones sociales alteradas y cansancio, entre otras. Por otra parte –según investigaciones de la Asociación Chilena para el Estudio del Dolor (ACHED)– son las mujeres quienes sufren más dolor en relación a la población masculina y los principales padecimientos tienen que ver con dolores lumbares y por artrosis, principalmente entre los 50 y 64 años de edad.

Pero, ¿se puede manejar el dolor crónico? “Dentro de los factores cognitivos, la autoeficacia, es decir, cuán capaz se percibe la persona para manejar su dolor, es central. Si ésta es baja, aumentará la percepción del dolor. El factor emocional alude a las emociones que acompañan el dolor, como miedo y rabia, y cuadros más complejos como depresión o trastornos de ansiedad. Si éstas van en aumento o no se tratan, aumentarán el dolor y la cronicidad. Y por último, el conductual plantea que mientras menos uno se mueva, más se cronificará el dolor y aumentará la discapacidad”, afirma Rodríguez.

¿Cuándo un dolor pasa a ser crónico?

Para que el dolor sea considerado crónico, éste debe mantenerse presente por más de tres meses, lo que indica que se ha provocado una falla en los sistemas naturales de analgesia. “Estudios indican que se produce un desajuste de los sistemas de regulación del dolor, permitiendo que éste se perpetúe, generando costos en la calidad de vida de los pacientes, en todos los planos, desde el social al económico”, explica la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Alejandra Rodríguez.

Por ello, es necesario un tratamiento integral y multidisciplinario, ya que estudios recientes reflejan el efecto adicional que las técnicas psicosociales tienen como coadyuvante de las terapias médicas. Los pacientes tratados conjuntamente con ambas técnicas (médica y psicológica) muestran una mayor reducción del dolor, de la incapacidad y de los estados de ánimo negativos. “Lo ideal es diseñar programas para el manejo del dolor con múltiples técnicas o herramientas que el paciente pueda aprender para manejar su dolor”, señala la psicóloga.

En este punto, la especialista plantea que unas de las terapias más efectivas para el manejo del dolor es la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), terapia de tercera generación del enfoque cognitivo conductual, cuyo objetivo central es que el paciente deje la lucha rabiosa contra un enemigo. “El enemigo es el dolor y en este camino es importante que el paciente establezca una estrategia para convertir al dolor en su aliado, no para rendirse ni resignarse, ni padecer en una actitud pasiva, sino para comenzar a manejarlo y a convivir con él del mejor modo”, aclara Alejandra Rodríguez.

En esta línea, distintas herramientas y enfoques de la psicología humanista transpersonal también tienen cabida en este tipo de terapias. “El campo que abre la psicología humanista transpersonal es muy relevante, justamente porque las experiencias meditativas tienen fuerte evidencia científica como eficaces en la reducción del dolor”, concluye la especialista.