Por Cecilia Guilá P.
Desde Yakarta
Hay mujeres que se salen del molde por lo que hacen y representan. María Corina Machado es una de ellas: la venezolana que, incluso desde la clandestinidad y pacíficamente, ha luchado por la libertad de su pueblo.
La recién galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025 —y mujer número veinte en recibirlo— se ha convertido en un ícono: una ingeniera que se transformó en política, que hizo de la libertad su bandera de lucha en un país marcado por la represión. Y no lo sabrá ella, que ha tenido que pagar las consecuencias de sus actos. Pero nada la ha detenido: incluso desde un lugar seguro ha seguido trabajando en pro de esa soñada libertad.
Hace más de veinte años, Machado representa la resistencia. Desde entonces ha sido perseguida y censurada, pero su voz no ha cedido ni un milímetro. Siempre encuentra una manera de ser escuchada por el pueblo subyugado. ¡Una heroína!
Su aventura y liderazgo político comenzaron cuando fundó Súmate, una organización que promovía la transparencia electoral venezolana. Esto fue el comienzo y el trampolín hacia el poder. Desde entonces, a María Corina la han vigilado, inhabilitado —por eso no se presentó a las últimas elecciones presidenciales—, atacado y detenido por órdenes del gobierno. Sin embargo, ella nunca ha bajado los brazos ni silenciado su voz.
El Comité Nobel 2025 reconoció en ella “la lucha no violenta por la restauración de la democracia y los derechos humanos en Venezuela”. Este premio tiene un valor incalculable, ya que le pone rostro femenino a una resistencia que nunca se ha rendido. Machado representa no solo a una oposición política, sino también a miles de mujeres venezolanas que sueñan con la libertad.
En esta heroína moderna podemos ver a una mujer de los tiempos de hoy: una que puede ser empática, pero también dura cuando debe serlo. ¿Y cómo no permitírselo, cuando vive en una sociedad que todavía espera que las mujeres sean subyugadas? La juzgan por su firmeza y su carácter, que suelen incomodar; pero quizás allí radique su fuerza: en reivindicar que la serenidad no es sumisión y que la firmeza no anula otras características de la feminidad.
En sus discursos nunca se ha victimizado. Ella promueve un mensaje que cala el alma: la libertad no se mendiga, se conquista.
Esta convicción la ha convertido en una figura incluso solitaria, pero también le ha otorgado una credibilidad rara de ver en la política latinoamericana: sus principios no son negociables.
Desde la perspectiva de género, también desafía los detestables estereotipos. Ella nunca suaviza su mensaje para encajar o caer bien. Es una mujer que se permite ser fuerte, de palabra dura, clara y verdadera. Lo que, sin duda, molesta en las altas esferas, donde todavía se piensa que las mujeres líderes deben parecer lo que se espera de ellas: que engalanen solo un rol maternal. Machado rompió la regla y nos recuerda que el poder no tiene por qué pedir disculpas por ser mujer, ni tampoco aceptar condiciones por su género.
Sin duda, este Nobel llega en un momento histórico para Venezuela, en medio de sensibilidades y caos político. Este premio no resolverá los problemas ni las heridas, ni cambiará de inmediato la realidad social y política del país. Pero sí ofrece algo invaluable: esperanza en la libertad.
El reconocimiento a Machado, a su activismo político incansable, nos hace creer de nuevo en la resistencia pacífica y en la fuerza que posee una voz.
Para las mujeres latinoamericanas, su historia es un ejemplo que nos recuerda que la valentía sirve, que tiene rumbo y destino. Y que es precisamente este tipo de fuerza la que cambia la historia.
Quizá el verdadero legado de María Corina Machado no sea solo político, ya que representa a una generación de mujeres que no piden permiso para hacer lo que se debe, sino que reclaman el derecho a hacerlo, elevando sus voces. En ese sentido, su Nobel refleja a todas las mujeres que, desde distintos rincones del mundo, siguen creyendo que la dignidad no se negocia y que la libertad se lucha.
El heroísmo tiene miles de rostros. El de Machado es uno de ellos: sereno, obstinado y profundamente humano. Imparable, incluso desde su enclaustramiento forzado, desde donde nos recuerda que la paz no se alcanza sin verdad… y que la verdad, casi siempre, incomoda.









