María José ArayaColumna de María José Araya, Editora Revista Informática

Vivimos en un mundo absolutamente tecnologizado, en la casa, en la oficina, en los viajes. Cuando Steve Jobs dijo que quería fabricar un computador que la gente tuviera en su casa, todos se rieron de él. No los culpamos, hace más de 25 años habríamos hecho lo mismo.

Las últimas cifras de la Subtel revelan que más del 63% de los chilenos tiene acceso a una conexión de internet, y que más del 50% de estas son móviles ¿Qué dice esto de nosotros mismos? que estamos en un punto donde nos parece una locura vivir sin tecnología, sin un smartphone que nos recuerde los cumpleaños de nuestros amigos o al que preguntarle una dirección cuando estamos perdidos.

Sin embargo, con el nacimiento de las campañas de marketing “teledirigidas” o “personalizadas” se ha creado en el inconsciente colectivo una necesidad imperiosa de cuidar la privacidad, y es que a través de herramientas de big data se puede crear un perfil muy acotado de cualquier persona, información que habla acerca de sus gustos, intereses y hasta comportamiento, lo que es casi como invadir el metro de distancia personal que todos tenemos.

No obstante, nos olvidamos por completo que la información provista, tanto para estos fines como otros con no tan buenas intenciones, es generada por nosotros mismos, los que a través de múltiples canales estamos abriendo la puerta de nuestra metadata, la que combinada, habla de como funcionan nuestros gustos al punto de casi poder anticipar lo que vamos a hacer.

Tal como dice el viejo refrán, “la caridad empieza por casa”, la tecnología no tiene nada de malo, y no invade nuestras vidas, el problema es cómo la utilizamos, y cómo no la utilizamos, siendo cada día más cómplices de la invasión a nuestra vida privada y a la de nuestra familia. Es importante que tengamos en cuenta, qué es lo que estamos dispuestos a transar y qué es lo que queremos de vuelta por este precio.