Columna de Ps. Ana María Zlachevsky
Presidenta Sociedad Chilena de Psicología Clínica
El envejecimiento de la población es un hecho indiscutible. En Chile, los adultos mayores (60 años y más), según el censo de 2017 superan las dos millones 800 mil personas.
Pero, la vejez, al igual que muchos otros fenómenos sociales no es igual para todos. Existe un grupo grande de personas que, además de ser ancianos, son personas con escasos medios económicos. Son esas personas que nos cuesta mirar de frente sin sentirnos culpables. Adultos mayores, hombres y mujeres, ancianas y ancianos que no cuentan con los medios suficientes para vivir dignamente. La vejez que, debería ser el momento de reposo de los ajetreos cotidianos, de reencuentro con nuestros intereses, de retribución por los años productivos, para un inmenso número de nuestros ancianos es tiempo de angustia y de dolor.
La mirada moderna del paradigma imperante en nuestra época, al describir el fenómeno de la pobreza en la ancianidad, lo hace igual que cualquier otro fenómeno social. Lo objetiva y lo transforma en indicadores, en cifras y gráficos para desde ahí analizarlo e intervenirlo. No nos percatamos de que esa es una manera de in-visibilizarlo. No vemos los ojos de quién está detrás de las cifras.
Vale la pena preguntarse ¿qué pasa con otros aspectos de la pobreza?, aquellos que no se dejan capturar tan fácilmente por los indicadores. Esa que se traduce en el habla, en los gestos, en los gustos, en las costumbres, en como se vive el cotidiano un grupo no menor de nuestros congéneres.
Puede que para algunos sea una señal clara del fracaso de un modelo económico centrado en el consumo. Pero, para los ancianos pobres, ¿qué es la pobreza? ¿Una condición, un castigo? ¿Un estigma, una bandera de lucha? ¿Algo de lo que escapar? La ancianidad pobre da cuenta de una injusticia social que nos golpea, que no hemos logrado superar y frente a la cual no tenemos respuestas certeras.
La traducción del fenómeno de la “pobreza en la ancianidad” en cifras no conversa, no emociona, no interactúa con las personas de carne y hueso que cada día viven situaciones de injusticia social que se naturalizan e invisibilizan.
Por eso la urgencia de abrirse a nuevas miradas que no sea de infantizar a nuestros adultos mayores. Necesitamos interpelar a nuestros políticos para que sean capaces de ver a esos hombres y mujeres de carne y hueso que todavía pueden ser útiles para la sociedad. Tal vez no puedan correr ni saltar, pero si contar cuentos, si cuidar de niños y niñas menores. Pueden asistir a otros ancianos, pueden darle apego a los recién nacidos, pueden ser buenos compañeros y compañeras, puden acompañar a los enfermos, entre otras muchas cosas.
Como SCPC quisiéramos invitar a encontrar esas otras formas de inserción social que nos permita para poder tratar más dignamente a nuestros ancianos y mirarlos de frente sin sentir la culpa por este sistema tan injusto en el que vivimos.