De acuerdo con un estudio realizado por UNICEF, en Chile, un 8,7% de los niños y niñas han sido víctima de abuso sexual. El 75% de los menores de edad que han sido abusados sexualmente son niñas y el 25% son niños. ¿Cómo reconocerlo? acá te lo contamos.

Conducta sexualizada, comportamiento agresivo, rechazo o miedo a algunos miembros de la familia (o del entorno del niño/a), y baja en el rendimiento escolar son algunos de las indicios que podrían sugerir que un niño podría haber sido o está siendo abusado.

¿Qué es el abuso sexual infantil?, ¿cómo se comete y cómo prevenirlo? ¿Qué puedo hacer tras conocer que mi hijo, sobrino o niño que conozco ha sido violentado sexualmente? Esas son las primeras interrogantes que muchas personas tienen al momento de descubrir que un infante ha sido víctima de este delito.

De acuerdo con un estudio realizado por UNICEF, en Chile, un 8,7% de los niños y niñas han sido víctima de abuso sexual. El 75% de los menores de edad que han sido abusados sexualmente son niñas y el 25% son niños. En cuanto al género, el mismo estudio revela que el 75,1% de quienes ejercen abuso sexual son hombres, un 88,5% de los abusadores son conocidos de las víctimas y un 50,4% de los abusadores son familiares de las víctimas. Cabe destacar que uno de los problemas al realizar estudios sobre Abuso Sexual Infantil es que hay un porcentaje de víctimas que no denuncian el delito, debido a que tienen vergüenza o miedo o también porque no develan a sus padres lo que les está ocurriendo.

“El abuso sexual infantil es una problemática social extremadamente compleja, que ha estado presente en la humanidad desde hace siglos. Sus efectos en el psiquismo son permanentes en el tiempo, y si bien es cierto que es posible reparar el daño a través de una terapia psicológica, la mayoría de los sobrevivientes refieren que sus vidas nunca volvieron a ser las mismas después de aquella experiencia” comenta Mónica Gabler, Psicóloga y Perito Jurídico Forense del Centro IPSIS.

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Relación asimétrica

Abusar sexualmente de un niño es la conducta a través de la cual un hombre o mujer utiliza a un menor de edad para su propia satisfacción sexual; las conductas pueden ser con o sin contacto con él, y van desde la exhibición de sus propios genitales, pedir que el niño/a le muestre los suyos, exposición a material pornográfico o a ver actos sexuales protagonizados por terceros, así como también tocaciones en los genitales por sobre o debajo de la ropa, penetración oral, anal o vaginal con órganos sexuales u objetos o también obligar al niño/a a tocar los órganos sexuales del abusador.

La característica principal es la existencia de una relación asimétrica con el niño/a en cuanto a la madurez, edad y poder, además de la manipulación del niño/a por parte del abusador, quien, a través de amenazas o de la culpabilización, silencia al niño/a. Puede ser una persona cercana a la familia por su relación de parentesco, alguien de fuera de la familia que realiza una tarea importante para la organización familiar, así como también del entorno cercano del niño/a (jardín, colegio, furgón escolar).

Se trata de una experiencia traumática pues afecta el desarrollo psicosexual, ya que se integra un conocimiento sobre la sexualidad a la experiencia del niño/a, para lo cual su psiquismo no está preparado. La magnitud del daño dependerá de la edad que tenía el niño/a cuando se inició y del tiempo que duró el abuso.

La dinámica habitual es que el/la abusador/a va testeando al niño/a y aumenta su acercamiento progresivamente, de modo de generar un escenario de supuesta confianza, lo que corresponde a la fase de seducción. La psicología nos ha enseñado que los niños no son seres asexuados. Esto quiere decir, que tienen sexualidad desde que nacen, la que se expresa de distintas maneras a lo largo del desarrollo. Y es nuestro deber como sociedad y como profesionales de la salud, conocer cuáles son sus manifestaciones, qué conductas son esperadas a una determinada edad y cuáles no.

Hay manifestaciones de la sexualidad infantil que en muchas ocasiones preocupan a los adultos, como por ejemplo, la masturbación. Esta es una práctica habitual en niños menores, que tiende a sorprender, avergonzar o a alarmar a los padres, pero no necesariamente es un signo de abuso.

En algunas oportunidades puede relacionarse con la exploración propia del desarrollo, en otras, puede realizarse para disminuir la ansiedad o también hay casos en los que se desencadena por la presencia de abuso sexual, especialmente si es compulsiva y se encuentra acompañada de otras conductas, como las que describimos a continuación: Realización de conductas sexualizadas que el niño/a, por su edad, no debiera conocer; por ejemplo, besar en la boca apasionadamente, introducir objetos en los genitales, intentar besar los genitales de otra persona. Rechazo o miedo a algún miembro de la familia o del entorno cercano. Comportamiento agresivo o cambios bruscos en la conducta. Dificultades para dormir y/o presencia de terrores/temores nocturnos o pesadillas. Disminución del rendimiento o motivación escolar. Tristeza, ansiedad, llanto frecuente, miedo generalizado y/o sentimientos de culpa o vergüenza. Dificultades para caminar o sentarse, enfermedades de transmisión sexual. Regresión a un estadio anterior del desarrollo: por ejemplo, vuelve a hacerse pipí o caca cuando ya había aprendido a avisar o hacer solo/a. Muestra mucho interés por lo sexual y/o presenta un relato de abuso sexual.

“Conviene mencionar dentro de estos efectos una curiosidad clínica muy frecuentemente encontrada, descrita por Ferenczi en 1933, que mantiene toda su vigencia: la identificación con el agresor. Se trata aquí de una respuesta o reacción de defensa del niño frente a la agresión sexual por un adulto con fines de supervivencia. Tal reacción paradójica surge cuando el niño, percibiendo su debilidad frente al mundo adulto, pierde la sensación de que ese mundo lo protegerá, se percibe en peligro sin posibilidad de escapar, y hace desaparecer su yo mimetizándose con el mundo que lo rodea, con el agresor, para protegerse” Comenta Mario Uribe Rivera, Psiquiatra, Psicoanalista, Perito Jurídico – forense del centro IPSIS.

Para ayudar a un niño/a que ha sido víctima de abuso sexual, es importante: Escuchar su relato si éste surge espontáneamente. Anotar todo lo que le haya dicho y luego, no volver a preguntarle sobre el hecho. Escucharlo si él/ella quiere hablar del tema. Consultar con un especialista en el tema, realizar una evaluación y luego iniciar una terapia. La terapia es esencial puesto que permite al niño/a elaborar la experiencia traumática, a recuperar la confianza en el mundo y en sí mismo, y especialmente, comprender que la experiencia de abuso no necesariamente va a determinar su vida completa. Así mismo, a través de la terapia disminuimos las probabilidades de la transmisión intergeneracional del abuso. En este proceso, es fundamental la participación de la familia, y es deseable que los padres participen de grupos de apoyo en los que puedan ir trabajando tanto el impacto en ellos como las estrategias para apoyar a su hijo (a) en el proceso de recuperación.

A tener en cuenta:

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