Columna de Carolina Nuñez
Docente Escuela de Enfermería U. Central
El pacto suicida que hicieron los octogenarios Jorge y Elsa, vecinos de la comuna de Conchalí, fue titular en todos los noticieros hace más de una semana. El matrimonio, que llevaba unido más de 55 años, decidió quitarse la vida ante un angustiante horizonte de enfermedades, soledad y desesperanza, realidad que lamentablemente acompaña a muchas personas mayores. En Ovalle, hace unos días, nos volvió a impactar la muerte de dos ancianos, encontrados en su hogar en situación de total abandono.
De hecho, este grupo etario es el que presenta mayor tasa de suicidios en el país, con 13,6 casos por cada 100 mil habitantes. Diversos estudios indican que, a mayor edad, aumenta la tasa de suicidio: los mayores de 80 años son quienes más se quitan la vida, le sigue el grupo de entre 70 y 79 años, y en tercer lugar, quienes tienen entre 60 y 69.
Según la última Encuesta de Calidad de Vida (ENCAVIDAM), las personas mayores en general tienen una visión negativa de la vejez. Este dato es no menor, ya que esta percepción “negativa” puede ser perjudicial para la salud física, afectiva y social de las personas que se encuentran en esta etapa de la vida. Muchas veces, los mayores se enfrentan a conductas discriminatorias por parte de los mismos profesionales de la salud que los atienden, al asociar el proceso de envejecimiento con enfermedad, no diagnosticarlos por el solo hecho de ser mayores o infantilizarlos. El mismo estudio evidenció que, a mayor nivel educacional existía una mejor calificación del bienestar y la calidad de vida.
Siguiendo con el análisis de la encuesta, un 43,7% de las personas mayores calificó su salud como regular, reflejando la importancia de incorporar el concepto de “agregar vida a los años”, en vez de “años a la vida”. En este punto, el dolor físico ocupa un lugar relevante, el cual afecta a aproximadamente a 1,5 millones de personas, que ven limitadas sus actividades normales de la vida diaria y su bienestar. Así, a la dimensión física de las personas, se une el espacio afectivo, que también se ve alterado por el desarrollo de afecciones del ánimo como la depresión.
Todos estos antecedentes nos hacen señalar que para llegar con calidad de vida a la adultez mayor es primordial la educación en salud. Pero para lograr un real impacto, las conductas saludables tienen que comenzar en etapas tempranas y así ayudar a disminuir la prevalencia de enfermedades crónicas no transmisibles frecuentes en las personas mayores, como reumatismo, artrosis, artritis, así como el alto consumo de medicamentos diarios.
La atención de las personas mayores debe considerar, entonces, múltiples ámbitos, con una evaluación exhaustiva de sus factores protectores, de riesgo y de sus necesidades para promover la salud y apostar por una mejor calidad de vida. En este punto, es fundamental el rol del Estado y la sociedad para mejorar las condiciones de vida de la vejez, etapa en que las necesidades son múltiples que difícilmente pueden ser satisfechas por las personas mayores por sí solas.